En este blog hace ya años que venimos hablando de la profunda distorsión cognitiva que producen las redes sociales, y cómo creemos que nuestros círculos virtuales son el mundo mismo, o una representación válida de éste. Cuando la política “toma la calle” ocurre algo parecido, de ahí la obsesión de todos los movimientos populistas o totalitarios por ocupar la calle, por mostrar fuerza y músculo en ella. Luego a veces vienen las decepciones, como las de un 15M que desembocó en mayoría absoluta del Partido Popular unos meses después, por seguir un ejemplo opuesto al actual. O unos años antes, las multitudinarias manifestaciones del Foro de la Familia contra la ley del matrimonio homosexual, que no hicieron sino reforzar al ejecutivo de Zapatero.
En la actualidad, con la crisis de gestión del coronavirus, es mayoritariamente la derecha la que ha ocupado las calles con caceroladas y, hace solo unos días, una manifestación en coche por varias capitales de España. Todo este tipo de concentraciones refuerzan el sentido de pertenencia a un partido o ideología, pero también tienen un elemento negativo (para las personas, no para los partidos que pescan a río revuelto) que es ese sesgo cognitivo de unanimidad, un elemento que ya era buscado en los principios de la propaganda de Goebbels en el tercer reich alemán: Principio de unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.
Con el ruido que se genera en la calle, los participantes acaban pensando que “esto es insoportable” y que “lo ve todo el mundo así, salvo quizá unos cuantos indeseables».
En ese crescendo es fácil que algunos nos vengamos arriba y traslademos ese discurso intensamente ideologizado a nuestro negocio (al fin y al cabo muchos negocios se han visto muy perjudicados por las restricciones de movilidad impuestas por los gobiernos). Lo cual es un error. Nos refuerza en él la actitud de los medios de comunicación; pero es que ellos sí que tienen claro que hablan para una parroquia muy concreta. La mayoría de nosotros no; desde el momento en que nuestro negocio no tiene un componente ideológico, sino solo de prestación de servicios especializados, tenemos una cantera de clientes más heterogénea.
Lo primero que debemos hacer es detenernos y pensar cuál es nuestra opinión sobre esos otros profesionales y empresas que se posicionan ideológicamente en espectros políticos distintos del nuestro: generalmente nos genera rechazo. Aunque luego racionalicemos diciéndonos a nosotros mismos que son buenos profesionales, que no tiene nada que ver, etc., reconozcamos que este es un ejercicio que ningún cliente potencial debería tener que hacer sobre nosotros o nuestra marca (vencer un rechazo inicial).
Y segundo, pensemos ahora qué opinamos de los profesionales y empresas que se posicionan en nuestro mismo espectro político. ¿Realmente nos aporta algo? ¿Mucho, poco? ¿O lo cierto es que preferimos cierta asepsia profesional en cualquier caso?
Evidentemente nuestra constitución garantiza nuestro derecho al posicionamiento político, a la no discriminación ideológica y a la participación política de la forma que estimemos conveniente, faltaría más. Pero, como siempre, hoy aquí no hablamos de eso sino de comunicación e imagen. Y lo cierto es que el posicionamiento ideológico declarado en el ámbito profesional tiene más sombras que luces, más elementos negativos que positivos. Habría que preguntarse si aportamos algo en términos efectivos de resultados y avance social que nos compense provocarle cierto retortijón previo a la gente que nos encuentra en su búsqueda de ayuda profesional o servicios. O si, por decirlo claramente, en nuestra dimensión profesional no estamos ahí para eso. Ojo: nuestras publicaciones y ‘likes’, sobre todo en profesionales en los que el perfil personal tiene continuidad con el empresarial, siempre van a dejar al descubierto nuestro sesgo ideológico. Pero me refiero aquí a dar un paso más allá en intensidad y dedicarse a compartir publicaciones que van desde la exageración al bulo, en una especie de hooliganismo extremo.
Mi consejo, en cuanto a marca profesional y empresarial se refiere, sería vincularnos en todo caso a aquellos aspectos sociales con elementos positivos: el medio ambiente, la sostenibilidad, la solidaridad, todo eso son aspectos que los clientes actuales o potenciales valoran, aprecian y engrandecen nuestra marca y nuestro producto.
Surge esta reflexión por la noticia reciente de una conocida confitería de Murcia que ha saltado a la fama por elaborar y exponer para su venta una serie de tartas decoradas con mensajes contra el gobierno español actual, al calor de ese “venirse arriba” que anunciaba el título, y motivado seguramente por la idea de que “todo el mundo piensa así”, lo cual derivaba en auténtica genialidad en la mente de los pasteleros. Finalmente, la imagen se ha hecho viral en todas las redes sociales, incluso los medios nacionales se han hecho eco de ello, y el provecho comercial de la idea pues no está muy claro. Como muy bien me decía ayer Jose Filemón, publicista y diseñador, lo más seguro es que este fin de semana unas cuantas personas de las que siguieron la manifestación vayan a comprar estas tartas y a apoyarles. Dentro de dos semanas, pues ya no irán, o sí. Pero los votantes de izquierda entre su clientela no se olvidarán de esto y les echarán las cruces para siempre. O sea que puede haber sido una acción rentable en el muy corto plazo, pero de dudoso recorrido futuro. Un capricho táctico (o un desahogo) sin valor estratégico. Hoy mismo los informativos de La 7 recogían nuevas declaraciones del establecimiento, explicando que ya no iban a seguir elaborando esas tartas. No faltará quien diga: «¡han atentado contra su libertad de expresión!». No es así, pues se han expresado libremente. Pero una marca comercial, y esto lo saben todas las grandes empresas del mundo, puede no resistir la crítica que suscitan según qué expresiones, por muy libres que estas sean.