
El cansino fenómeno del clickbait se conoce desde la juventud de Internet, pero ha alcanzado su máxima expresión con el advenimiento de las redes sociales (y muy especialmente Facebook, que es el buffet libre desde el que la mayoría de los internautas accede a la información).
¿Por qué la cosa ha evolucionado así? Es muy sencillo: cuando entramos a la página web del buscador de Google entramos a una página web de unos señores, una empresa, Google, que nos sirve los resultados de nuestra búsqueda. Esta “pesca” se produce aún en mar abierto, Internet, y normalmente seleccionamos de los enlaces que nos ofrece el buscador los más atractivos, o los que creemos dan la respuesta a lo que buscamos, hacemos clic y entramos. Ahí nace una primera necesidad, para el posicionamiento orgánico de contenidos, de que los titulares sean lo más descriptivos y atractivos que sea posible, atrayendo esos clics que llevarán a los visitantes a nuestra página. En el caso que nos ocupa, nuestro periódico.
Pero en un momento dado surge Facebook, que es otra página web propiedad de un señor, donde los enlaces los ofrecen los usuarios (nuestros “amigos”) pero aderezados con sus comentarios personales, lo cual a menudo implica aún más que no necesitemos hacer clic. Ya no estamos en mar abierto, sino en una piscifactoría.
Los medios de comunicación han entrado aquí en un círculo vicioso: necesitan estar en las redes y ofrecer y hacer visibles sus contenidos, pero esa mera presencia no les reporta nada; necesitan que entremos en su página, haciendo clic en el enlace.
Y aquí es donde llega la paradoja actual: en las redes sociales, los titulares periodísticos no están compuestos y redactados con criterios periodísticos (informar del contenido de la noticia) sino con criterios recolectores (de clics y visitas al medio). Y así llegamos a situaciones kafkianas como ésta:

¿Cómo hemos llegado a este extremo? ¿En qué momento redactores de prensa tienen que comerse con patatas todos los principios de su profesión y redactar titulares que oculten la información? Pues llegamos a este momento desde la precariedad de esos propios medios.
Os voy a contar una historia, jóvenes, sobre los medios hace, no sé, veinte y treinta años: eran invencibles. La prensa escrita, por ejemplo, era absolutamente necesaria para informarse, para anunciarse, para comunicar al público general, que compraba periódicos, diarios, semanarios, o los leía en centros de trabajo, bares y peluquerías. Pero llegó Internet y a los medios de comunicación les llegó lo que yo llamo la crisis antes de la crisis (o su crisis particular de sector, previa a la general que los terminó de arrasar).
La caída de lectores y compradores de prensa escrita es continua desde los años noventa. Y esto conlleva la pérdida de anunciantes y la bajada de precios de sus espacios publicitarios (una página dominical de publicidad en cualquier diario costaba millones de las antiguas pesetas). Ante esta situación muchos grupos de prensa optaron por reforzar la venta sobre todo de fin de semana a través de promociones; así empezaron a vender primero cosas que podían tener cierta lógica dentro de una política editorial (fascículos, colecciones de libros, películas en VHS y DVD) y después ya de todo: vajillas, cuberterías, lo que fuera necesario. Pero todo esto no fue suficiente, porque el verdadero problema era que los lectores de prensa estaban migrando como las aves en invierno, solo que esta vez no había verano al que regresar. ¿Adónde iban estas oscuras golondrinas sus nidos a colgar? A Internet.
Hubo, claro, varios intentos de “monetizar” los servicios de información de prensa digital. Los primeros en el mismo momento del inicio de la difusión de Internet, a mitad de los noventa con aquellos módems telefónicos que empezamos a utilizar. Pero entonces el riesgo era el contrario, no había aún mucha penetración de Internet como plataforma, y los medios necesitaban ocupar espacio allí, por lo que las ediciones digitales se hicieron gratuitas. Luego hubo otro intento a mitad de la década siguiente, cuando se empezaban a ver los dientes al lobo: Internet se empezaba a popularizar en los hogares, casi todo el mundo joven y de mediana edad empezaba a acceder a la red, etc. Tampoco fructificó. Para cuando la navegación saltó definitivamente al móvil (tras el nacimiento del iPhone en 2007), ya estaban perdidos.
Todo esto ha llevado aparejado el deterioro y la precarización de la profesión periodística (que nunca ha sido muy boyante en lo que a los trabajadores de medios atañe), y de los propios medios, que se han visto obligados a competir con otros medios que surgían de pronto desde la gratuidad y la inmediatez; sus columnas de opinión, de repente eran superadas por bloggers más perspicaces. Vecinos con smartphone captaban de repente mejores imágenes, por encontrarse en el lugar de los hechos, que los reporteros gráficos. Etcétera.
Ahora vuelve a haber un interés en que los medios funcionen por suscripción. Yo apoyo totalmente esta iniciativa, para que haya una distinción entre contenidos ‘premium’ creados por auténticos profesionales, que se puedan distinguir del amateurismo de blogs y aficionados. Pero esto por sí solo no es suficiente: debe haber un compromiso claro por los contenidos de calidad (análisis de fondo que demuestren ese diferencial de los contenidos profesionales), por la información (la mayoría de titulares y noticias de los medios profesionales en las redes hoy en día son más opinión tendenciosa y manipulada que información real) y por la huida de tácticas como esta del clickbait, que debe quedar definitivamente vinculada al amarillismo y la baja calidad. Es más: creo que los medios de comunicación ‘serios’ deberían abandonar las redes sociales, de forma que el consumidor de información supiera que “la verdad está ahí fuera (de Facebook)”. Aunque entiendo que es difícil. Pero sí, en cualquier caso, replantear toda su estrategia de presencia en redes de forma que recuperen el prestigio y los usuarios apreciemos el valor añadido que sus contenidos aportan.