En estas fechas de retorno en que los periódicos siguen necesitando un algo de farfulla para rellenar titulares, se recurre a un clásico de septiembre: el síndrome postvacacional. El contenido es viejo y conocido (de hecho lo más probable es que los artículos y reportajes sean refritos de un año para otro, cambiando quizá la firma del psicólogo o experto al que se consulta para dar enjundia al tema): el sufrido oficinista vuelve al despacho a enfrentarse con tareas pendientes, jefes, compañeros maniáticos, horarios, reuniones,… y sufre un episodio de pánico con tintes existenciales (“¿para qué? ¿qué sentido tiene la vida? ¿sigue cerrado por vacaciones el bar de abajo?”). El espejismo de libertad de agosto se evapora y te devuelve tu propia imagen convertido en un hámster que corre en una pequeña noria dentro de su jaula.
Pero hoy, frente a este típico tópico, quiero reivindicar no un síndrome, sino una idea y una voluntad: la ilusión postvacacional. Lo cierto es que yo, que como ya sabéis soy medio tonto, siempre he llegado a septiembre con ganas y curiosidad ante el nuevo ciclo que se abre. Y es que el fin del verano marca un nuevo inicio de año, una fecha cero para los proyectos, la formación, marcarse nuevos objetivos… además hemos recargado pilas y nuestro cerebro, aunque no lo parezca, tiene ganas de actividad. Es el momento de matricularse de aquel curso; si no tienes trabajo, verás que las cosas empiezan de nuevo a moverse y se abren nuevas oportunidades.
Hay un montón de posibilidades que empiezan en septiembre, hoy mismo. ¡Vamos a por ellas!