La burbuja cognitiva de las redes sociales

Los recientes hitos electorales, tanto en el caso de las elecciones generales en España, como en el del Brexit o la victoria de Trump, nos aportan como elemento común el desconcierto del electorado tras las citas con las urnas. Sorpassos anunciados que no se producen, decisiones aparentemente suicidas o egoístas, elección de candidatos que parecían imposibles por grotescos.

En un post reciente apunté la idea de que las encuestas electorales fallan precisamente por la demonización que se hace (no digo que no responda a la realidad) de ciertas candidaturas. Si todos los medios están contra Trump, que es racista, xenófobo y machista, ¿cómo reconocer ante el encuestador que vas a votar a Trump? Quiero pensar que mucha gente que votó a Trump lo hizo por otras razones, posiblemente igual de erróneas: por la política económica que pueda hacer, por su aparente enfrentamiento con el establishment de Washington, etc. Pero reconocer en una encuesta ese voto te “retrata” de inmediato con su misma imagen: fanfarrón e impresentable. Así que mientes. Lo mismo sucede en España con parte de los caladeros de votos de PP y PSOE, que son imperceptibles para los radares de la demoscopia (esto viene de lejos: cuando los últimos gobiernos de Felipe González se veían asolados por los casos de corrupción, las encuestas también fallaban más que una escopeta de feria, y los resultados del partido aún en el poder eran siempre muy superiores a lo que los estudios permitían intuir).

Pero dejemos el tema de las encuestas por el momento. Hoy me interesa más hablar de lo que ocurre con las redes sociales. ¿Cómo puede ser que el ‘magma’ social, el zeitgeist que detectamos en nuestro entorno ambiental y cultural, falle también estrepitosamente?
En realidad esto es un fenómeno que trasciende a las redes sociales, llamado efecto de falso consenso. Traigo aquí la definición de Wikipedia:

En psicología, el efecto del falso consenso es un sesgo cognitivo por el que muchas personas tienden a sobreestimar el grado de acuerdo que los demás tienen con ellos. Las personas tienden a presuponer que sus propias opiniones, creencias, predilecciones, valores y hábitos están entre las más elegidas, apoyadas ampliamente por la mayoría. Esta creencia es un sesgo que exagera la confianza de los individuos en sus propias creencias, aun cuando éstas sean erróneas o minoritarias.
Frecuentemente este sesgo aparece en grupos de opinión en los que la opinión colectiva es la misma que la de los individuos del grupo. Como los miembros del grupo han alcanzado un consenso interno y raramente encuentran a alguien que dispute ese consenso, tienden a creer que todo el mundo, incluyendo las personas que están fuera del grupo, es de la misma opinión que el grupo.

Pues bien, las redes sociales estimulan de forma muy notable ese sesgo. A este respecto resulta muy interesante un experimento del Wall Street Journal llamado “Red Feed, Blue Feed”. Este periódico tiene dos feed distintos sobre los mismos temas o etiquetas, pero uno sigue a páginas y contenidos más conservadores y otro a contenidos más liberales. El resultado es que el flujo de información y reflexión de uno y otro son totalmente diferentes.

Blue feed, Red feed

Fuente: www.socialmediatoday.com

Parece una obviedad pero cuando elegimos seguir a unas personas y no a otras, a unas páginas y no a otras, estamos en realidad creando un efecto de “eco en una bóveda”, ya que el algoritmo de Facebook o Twitter nos va a seguir mostrando contenidos afines a lo que nosotros mismos pensamos y reforzando nuestras ideas.

Siguiendo este razonamiento Randi Zuckerberg, la propia hermana del fundador y CEO de Facebook Mark Zuckerberg, comentaba este mismo 9 de noviembre lo siguiente:

Necesitamos ser consumidores críticos de información y diversificar las fuentes de las que obtenemos la misma. Utilizar por ejemplo Facebook como fuente de información principal, cosa que muchas personas ya hacen, contribuye a vivir en una burbuja personal con una percepción deformada de la realidad.

En el caso de las expectativas políticas, esto tiene un riesgo a nivel colectivo que se llama frustración. Si nos parece que «todo el mundo opina que […]», y luego nos encontramos con resultados que echan por tierra toda esa percepción, la reacción puede ser virulenta. Porque no podemos soportar que la realidad no se corresponda con lo que unas encuestas miopes, o unas redes sociales por las que caminamos con anteojeras de burro, nos prometieron. Ante esto resulta tentador plantear que es la realidad misma la que está trucada, que los resultados carecen de legitimidad real y que «la gente» está en otras posiciones. Pero es que no se trata de toda la gente, sino de «nuestra gente». Que puede ser menos de la que pensamos. Una concentración de un millón de personas en la Puerta del Sol es espectacular y abre los telediarios, pero si no representa a un porcentaje sino a la totalidad de los interesados en una causa, no es más que una exigua minoría.

Dice la Wikipedia al respecto del sesgo comentado: «Los fundamentalistas, los ultraconservadores y extremistas de signo variado, juzgan que sus reivindicaciones, valores, y creencias, son compartidos por mucha más gente de la que realmente las comparte, debido al efecto de falso consenso».

En efecto, las redes sociales pueden acabar convirtiéndonos a todos en fundamentalistas.

GIF (c) Pictoline.com

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